lunes, 19 de mayo de 2008

Fue una vez más esa ajena e inocente venida a la metrópoli de carne que se cose, mientras retumban las percusiones del olvido y la programación, y se oye hervir la sangre de tan pocos, que gritan en silencio, en notas o colores la búsqueda de la conquista del sincero bienestar.

Silban los cronómetros, es el lapso del ciego, que se descubrirá los ojos para ver más hondo aún.  Los lobos aguardan, todos en insaciables hileras de un susurro pesado, él, es ahora el soplo plenamente opuesto, y a diferencia de ellos, no aguarda quehacer.

Se halla en el tiempo justo, en cuando algo se desabrocha hacia el vacío, se lanza hacia el inaccesible debajo, hacia lo hermoso del vértigo.

Las sombras son puras y blancas, las flores son reales y negras, y puras también.

Mientras, planea la brisa exclusiva, esa inspiradora y natal, respira profundo, algo va a ocurrir irreversible, algo va a llorar por vez primera, va a morir desgarrado sin evasión alguna.

Y el espacio no se interrumpe pero es cuerdo frente a ese derrumbe, precisamente, también eterniza con lo resto, que se adiciona a este banal instante que pudiese ser  lo vital de cualquier insecto.

No rotará para distinguir a los ansiosos, que aguardan su regreso. Conoce sus fauces, las ha inventado.

Y camina en línea lenta, livianísimo, alrededor de un paisaje ocre y amarillento, con el viento escupiéndole las hojas con serenidad.

Es incierto, pero es para adelante y en espiral.

Una espiral que crece, como un helecho bobo y soleado.

 

(…)

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